OPINIÓN| La conservación de los suelos: Una oportunidad frente a la crisis climática

Por Bárbara Morales, abogada Defensoría Ambiental

¿Es simplemente el suelo el piso bajo nuestros pies? El suelo es un mundo en sí mismo y aunque un cuarto de la biodiversidad vive en él, despreciamos su valor esencial como gestor de la vida en la Tierra tal como la conocemos. Lo que lo identifica es la capacidad de generar y mantener la vida, la aptitud de nutrir. Está conformado por minerales, aire, agua, materia orgánica y organismos vivos (animales, vegetales, hongos, bacterias). Es el hogar que permite la vida, los procesos físicos, químicos y biológicos que ocurren en él, a la vez que los propios seres vivos que lo habitan. La complejidad del suelo no permite identificarlo como una sola cosa porque es todo: la estructura, los habitantes y las interacciones.

La memoria de nuestras sociedades es frágil. A menudo olvidamos lo que alguna vez nos permitió dejar de ser recolectores y comenzar a cultivar nuestros alimentos: las plantas que comemos no crecen en suelos infértiles. Pero cuando los suelos fértiles escasean y sólo nos queda polvo, piedras y cemento, recurrimos a la industria química para fertilizarlos artificialmente y aplicamos pesticidas que eliminen las plagas generadas por la pérdida de biodiversidad. Ésta es la lógica del saco roto ya que, como los medicamentos que alivian los síntomas pero no curan la enfermedad de las personas, los fertilizantes artificiales y pesticidas nada tienen que ver con la salud de los suelos. “La química, a la que la vida tiene que adaptarse, ya no se reduce a ser sencillamente el calcio y el sílice y el cobre y los demás minerales arrancados a las rocas por las aguas y arrastrados al mar por los ríos; es la creación sintética de la inventiva humana, obtenida en los laboratorios y sin contrapartida en la naturaleza” (Rachel L. Carson, 1962).

¿Cuál es el costo para la humanidad de tener la mayor disponibilidad de alimentos en su historia? La sobreexplotación de los suelos y demás recursos naturales, al punto que aproximadamente el 55% de las regiones en Chile tiene algún grado de riesgo de degradación de la tierra en categorías moderada, severa o muy severa (CIREN, 2020). No es casualidad que la mayor parte de la superficie erosionada en Chile sea, a la vez, su tierra más fértil, entre las regiones de O’Higgins y el Biobío. Donde antes se extendían bosques siempre verdes de espino, peumo, boldo y quillay, que con sus raíces profundas sostienen los suelos y mantienen el agua, hoy día dominan los monocultivos agrícolas y forestales.

Los suelos sanos son nutritivos y biodiversos y podemos aprovecharlos sin que por ello pierdan estas características, mientras que los suelos enfermos están erosionados, artificializados y contaminados y no producen nada si no es en base a la incorporación a los procesos agrícolas de energía externa, generalmente fósil, cuya producción y traslado siempre conlleva costos ambientales. Los requerimientos de energía alimentaria han generado un sobreconsumo de combustibles fósiles y la desfertilización de los suelos ha contribuido enormemente a la crisis climática. Además, los suelos son importantes sumideros de carbono, pero su degradación incrementa la liberación de este elemento y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera. Así, los suelos sanos son nuestros mejores aliados para hacer frente a la crisis climática y, en este sentido, es importante que los gobiernos evalúen las posibilidades de mitigación y adaptación que nos ofrece su buen uso y conservación, más que sólo poner el foco en cómo el cambio climático afectará la agroindustria.

Con todo, la artificialización de los suelos producto de la expansión urbana, la sequía profundizada por la apropiación del agua y la contaminación de la química agrícola, son sólo manifestaciones de un problema más profundo, de un modelo económico que busca maximizar las utilidades y hacer rendir la tierra a punta de químicos y combustibles fósiles. En este escenario, mientras el camino de nuestras sociedades tenga como guía el mero crecimiento económico, cualquier intento de  norma o política pública en la recuperación, conservación y regeneración de los suelos será insuficiente para alcanzar un desarrollo integral y justo, desde el punto de vista de la salud de los ecosistemas y de las condiciones de vida de las personas.

De esta manera, la conservación de los suelos ha pasado de ser una preocupación puramente ecológica, a uno de los grandes desafíos económicos y sociales actuales, sobre todo teniendo en cuenta que 95% de nuestra alimentación depende de ellos. Pero, ¿somos realmente conscientes de lo que está en juego? ¿Somos capaces de entender que nuestro devenir depende de un profundo cambio de paradigma? Las decisiones que tomemos pueden variar y las acciones que ejecutemos tienen que necesariamente tomar en cuenta la diversidad de contextos sociales y ambientales. Pero de cualquier forma, ese tránsito debe ir dirigido hacia la recuperación, conservación y regeneración de los suelos y ver en ellos una oportunidad de desarrollo integrado, acorde con los procesos de la naturaleza y los saberes tradicionales.

 

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