Por Bárbara Morales, abogada ONG Defensoría Ambiental
“Quiero que mi documental sea lo opuesto a la explotación colonial. Quiero explorar en silencio sin dejar huella. Ser permeable a todas las cosas sin contaminar. Quiero ser consciente de las marcas en la nieve (las filmé para usar el material con este propósito)”-
Tundra
Abi Andrews
La forma en la que nos relacionamos con la naturaleza dice mucho de cómo nos relacionamos entre nosotros. La forma en que nos posicionamos frente a nuestro ambiente, en general y, la forma como accedemos a los espacios naturales, en particular, está teñida de un componente de mercantilización que se aplica a todos los demás ámbitos de nuestras vidas, como el trabajo, los bienes, las relaciones y nuestros propios cuerpos. El modelo de sociedad actual nos ha enseñado que las personas somos consumidoras o usuarias de los espacios naturales, a los cuales vemos desde afuera y valoramos por el beneficio individual que nos reporta.
Aunque nuestra memoria ancestral nos llama a desear acceder a espacios naturales, hoy día somos consumidores de cuestiones básicas como el agua y la tierra. Esto genera dos paradojas. Por un lado, valoramos más lo que está lejos, lo que es difícil de tener, lo que los canales de televisión nos ofrecen en los meses de verano como atractivos turísticos imperdibles, esos los cuidamos. Pero los espacios que están a la salida de nuestras ciudades, los caminos cercados por basurales, los que no nos hacen salir de nuestro ambiente, parecen estar demasiado cerca como para que merezcan nuestra atención y cuidado.
Por otra parte, las barreras de la propiedad privada nos separan constantemente de lo que es de otro o de alguien indeterminado que tiene lo que yo no tengo. Por lo mismo, sólo queda acercarse a estos espacios desde esta perspectiva y, cuando accedo, lo hago con desidia. Además, la cultura de lo privado nos hace muchas veces olvidar que también existen bienes comunes, cuya protección es colectiva ¿Por qué habría de importarme botar un papel o colilla de cigarro al suelo o pasar con mi camioneta sobre el desierto florido? Entiendo que se trata de espacios que no me pertenecen, por lo que, como consumidor, me eximo de toda responsabilidad. Desde esta mirada, no atendemos a las consecuencias de nuestros actos, sino a la legitimidad que nos da nuestra posición dominante frente al objeto de consumo.
En este escenario, el acceso consciente a la naturaleza implica hacerse cargo de los impactos que generamos en ella y, así, cuidarla. La palabra cuidar viene del latín cogitare que significa pensar, poner atención o diligencia en algo o alguien. Así, pensar la naturaleza y acceder a ella de manera consciente, es una forma de cuidarla. No se valora lo que no se conoce, ni se conoce si no se vive. Experimentar los espacios naturales desde distintas perspectivas, a pie, en bicicleta o en vehículo, nos permite identificar los diferentes impactos que cada uno de estos medios produce y tomar acciones de cuidado. Como cuando pasamos a toda velocidad por una ruta y no alcanzamos a ver los impactos que dejamos detrás. Del mismo modo, en nuestras relaciones sociales, la experiencia con lo diferente nos hace personas más respetuosas y desprejuiciadas.
La ética del cuidado teorizada por Carlol Gilligan aplica muy bien a nuestra relación con los espacios naturales, en el sentido de que rompe con la indiferencia y la desidia, y orienta nuestros actos hacia la responsabilidad y el cuidado. Aunque Gilligan desarrolla una teoría de la moral basada en las diferencias de género, puede ser una vía para pensar la naturaleza desde el cuidado y las relaciones, sin dejar huella, en tanto conceptos de relevancia social y política que nos pueden acercar mucho más a objetivos de justicia. En este sentido, injusticia es la vulneración y el abuso tanto de las personas como de la naturaleza.
El acceso consciente a la naturaleza es una actitud transformadora, que no requiere necesariamente de parques nacionales ni de ninguna otra institucionalidad, sino que basta con ejercer nuestra autonomía y estar presentes, poniendo atención, en los lugares por los que transitamos.
El Artículo 107 de la propuesta de nueva constitución establecía que “Toda persona tiene derecho de acceso responsable y universal a las montañas, riberas de ríos, mar, playas, lagos, lagunas y humedales”. Dicha norma, aunque rechazada, es una oportunidad para comenzar a ejercer libremente nuestro derecho de acceso a los espacios naturales e implicarnos colectiva y políticamente en su cuidado, reconociéndonos como parte de la naturaleza y que es nuestra propia existencia la que depende de ella, para así transitar hacia relaciones de cuidado de los demás y de la tierra.